¿Alguna vez te sucedió de reaccionar en forma automática y arrepentirte después?
Por ejemplo, ¿alguna vez dijiste algo que no deseabas decir y poco después te sentiste mal de haberlo hecho?
Esa respuesta automática, que a menudo difiere de la respuesta que habríamos elegido en un momento calmo, tiene su razón física. Ante una emoción fuerte, la parte de nuestro cerebro llamada amígdala se activa, generándonos respuestas automáticas, rapidísimas, que en ciertas ocasiones pueden salvarnos la vida.
Si de pronto nos vemos en peligro, es muy beneficioso que nuestro cuerpo físico tenga preparado ese sistema en el que las reacciones se nos adelantan a los pensamientos, y que, por ejemplo, automáticamente, nos hacen movernos muy rápidamente cuando vemos que viene cayendo un piano sobre nosotros, o nos lanzan a correr de un peligro, o nos hacen pegarle a alguien con muchísima más fuerza de la que nos creeríamos capaces.
En la vida cotidiana, citadina, son excepcionales las situaciones en las que esta función de la amígdala nos salva la vida. Sin embargo son muy frecuentes las situaciones en las que nos mete en problemas.
Entonces, ¿qué tal si tomamos conciencia de este mecanismo y buscamos la forma de apaciguar a nuestra valiosa amígdala cuando no deseemos utilizar sus bondades?
Es interesante saber que el tiempo de la inflamación de la amígdala es solo 6 segundos. En esos 6 segundos es que cometemos errores, gritándole a un compañero de trabajo, mandando una respuesta de e-mail inadecuada, diciéndole al amor de nuestra vida que no nos llame nunca más.
Seguro que se acuerdan del dicho de nuestras abuelas:
«¡Contá hasta 10!»
¿Cuántos segundos creen que pasan mientras contamos hasta 10?
Exacto, 6 segundos.
Luego de esos 6 segundos la amígdala se desinflama, salimos del modo automático e irracional y estamos en mejores condiciones para elegir nuestra respuesta al estímulo.
Como es algo biológico, automático y tan rápido, requerirá de un poco de entrenamiento encontrar la manera más efectiva para cada uno de nosotros de distraernos del estímulo, quitarle nuestra atención, hasta que la amígdala se tranquilice.
Me resulta la cosa más emocionante, una aventura fascinante, ir conociéndome mejor e ir pudiendo modificar de mí todo aquello que quiero cambiar. Quizás a ti también te parezca así.
Te invito a que pienses un momento:
¿Cuánto en tu vida depende o puede depender de 6 segundos?
¿En qué áreas tu amígdala te mete en problemas más frecuentemente?
¿Qué podrías hacer durante esos 6 segundos para distraerte del estímulo? Contar hasta 10 es una forma, pero no la única. Piensa y seguramente tú encuentres otras formas que te resulten mejor.
Es importante aclarar que no estoy sugiriendo reprimir las emociones. A las emociones hay que permitirles expresarse, pues de lo contrario nos enfermamos. Lo que sugiero es elegir cómo expresarlas, dónde, con quién, etc. Ser protagonistas de nuestras respuestas emocionales. Y que sean respuestas, no reacciones.
Las emociones tienen una duración un poco más larga que 6 segundos: 1 minuto y medio. Pero fíjate… no es tanto, tampoco. Es por esto que a veces nos asustamos, nos damos cuenta de que era una falsa alarma, pero seguimos con el corazón al galope y con todas las señales físicas del miedo por un ratito más.
Así que si queremos que nuestras respuestas sean libres de automatismos y elegirlas sin la incidencia de una emoción fuerte, el primer paso es distraernos por 6 segundos del estímulo que nos disparó la emoción y el segundo paso es extender esa distracción por un minuto y medio.
Pero hay algo que complementa un poquito más este asunto. Si bien las emociones tienen esa duración, se renuevan con los pensamientos. O sea, si al final del minuto y medio, justo cuando empezamos a aliviarnos, volvemos a pensar en eso tan tremendo que nos pasó, nos dijeron o hicieron, la emoción se reactiva y estamos de nuevo en el comienzo del ciclo.
Hay un interjuego fascinante entre lo automático y lo no automático, entre los pensamientos y la biología de nuestro cuerpo. Y en aprender ese juego se encuentra la puerta de salida al famoso «yo soy así». Todos podemos cambiar.
De nuevo te pregunto: ¿Cuánto en tu vida depende de 6 segundos… o de un minuto y medio?
Lo genial es que la vida nos repite las oportunidades de aprendizaje y eso juega a nuestro favor. Si al primer intento de responder, volvemos a reaccionar, no pasa nada. En el segundo intento lo haremos un poco mejor. Y en el tercero bastante mejor. Y en el cuarto mucho mejor.
Para ello lo único que hará falta es que nos conozcamos lo suficiente para ir reconociendo los síntomas propios al comenzar a sentir una emoción y a medida que esa emoción crezca. Es un asunto de observarse. ¿Se te tensan los músculos de la nuca? ¿Se te aprietan los músculos del estómago? ¿Te vienen palpitaciones? ¿Qué sentís?
Conocer tus síntomas será clave para reconocer que un disparador viene en camino. Decidir a tiempo cambiar el foco de tu atención será la diferencia entre seguir reaccionando automáticamente y responder conscientemente.
Para recibir automáticamente las nuevas entradas de https://PatriciaSchiavone.com por correo, puedes suscribirte a este blog por e-mail, arriba a la derecha, en la página de inicio.