La compasión y la aceptación total

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El primer día que me detuve frente al concepto “compasión” fue de la mano de mi Maestra de Reiki, Virginia Cepellini. Hasta ese día, a la palabra “compasión” la había asociado –erróneamente– con los sentimientos de pena y de perdón. En aquella caminata ramblera descubrí (intelectualmente) que la compasión era algo completamente diferente y no estaba del todo segura de cuánto la había experimentado y cuánto no.

Fue a través del autotratamiento de Reiki y de los tratamientos a los demás que la compasión empezó a tomar un lugar clarísimo en mi existencia. No fue algo buscado conscientemente, simplemente fue sucediendo, porque pertenecía a los ingredientes de esta senda que elegí transitar.

Sentir compasión por otra persona implica como primer paso sentir lo que está viviendo con la misma intensidad como si lo estuviéramos viviendo nosotros. Y luego desearle el bien, con la misma intensidad que lo deseamos para nosotros mismos o para nuestros seres más cercanos. Todo sin una pizca de sentimiento de superioridad.

Esto requiere un gesto de apertura. ¿Cómo sentir lo que siente el otro si no nos abrimos a recibir ese sentimiento? Y desde ese abrirnos al sentimiento ajeno, pasan muchas cosas.

Esta apertura trae una mayor capacidad para integrar a los seres que nos rodean. Ya no estamos aislados; ya no somos tan diferentes; ya no logramos hacernos los distraídos. Inclusive sentimos mucho más cercanos a quienes nos despiertan enojos o incomodidades… reconocemos en ellos a nuestros grandes maestros emocionales.

¡Y cómo duele el dolor ajeno cuando el ajeno es una parte de nosotros mismos y ese dolor se siente plantado en nuestro centro del corazón! Por momentos duele inclusive más que el dolor personal. El jovencito durmiendo en un banco de plaza, la señora pidiendo monedas con un bebé en brazos, el niño revolviendo la basura buscando alimento, las abejas siendo exterminadas por una búsqueda de poder, los jóvenes siendo domesticados, los diferentes sufriendo la incomprensión de la mayoría, los pueblos emigrando a otros pueblos que emigraron antes pero los rechazan por miedo… generan una combinación de emociones tan fuertes que a veces cuesta respirar.

Cuanto más se expande nuestra capacidad para percibir al otro, más sentimos todo lo inherente a la experiencia humana en su globalidad, y entonces en cada trazo de belleza está incluida la fealdad, en cada trazo de felicidad está incluida la infelicidad, en cada sensato está el agresivo, en cada acto generoso aparece el egoísmo, y viceversa. En cada desgracia está la fortaleza; en cada abandono está la oportunidad; cada quiebre contiene lo completo; cada muerte implica un nacimiento; toda despedida un rencuentro.

Y sucede que un día nos damos cuenta de que cada ser humano existente en este mundo, que vive hoy, vivió ayer o vivirá mañana personifican diferentes aspectos de nosotros mismos. El altanero es nuestra altanería; el egoísta es nuestro egoísmo; el amoroso está manifestando nuestro propio amor.

Si bien el cocktail emocional se intensifica y amplifica, y por momentos puede resultar casi insoportable, la propia compasión nos muestra el camino para sobrellevarlo. La compasión es hacia afuera como es hacia adentro, y en el gesto compasivo hacia uno mismo vienen las respuestas. Para que la compasión no se transforme en un sufrimiento tan fuerte que sea insoportable existe la aceptación, la aceptación completa de todo lo que es, tal cual es.

El lugar de aceptación es un lugar que está adentro nuestro de la misma manera que el lugar de la confrontación, de la evitación, de la aversión, del apego. Es un lugar más, que podemos elegir, y que contiene alivio, comodidad, amplitud, y la posibilidad de la expansión, de la plenitud. Es desde la aceptación plena que podemos todo. Aceptar no significa darse por vencido. Aceptar implica comprender, recibir, integrar y saberse parte.

Abrazos,

Patricia

Hoy es sábado 17 de noviembre de 2018.

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