Si miro rápido, esto es una tetera y una taza pequeñas.
Si lo bebo rápido, esto es un poco de té y de no muy buena calidad.
Pero si me detengo a vivir el instante presente con conciencia:
Esto es la manifestación física de dos veces que mi amiga Ivo pensó en mí, sintió ganas de hacerme un regalo, fue hasta un lugar de venta de objetos provenientes de China, y los obtuvo para mí.
Luego encontró los momentos para traérmelos hasta mi casa.
La tetera, taza y bandeja fueron hechas en un país tan lejano como China, con su cultura diferente y con milenios más de sabiduría filosófica. Después viajaron hasta Uruguay en algún barco que tomó unos 45 días de cruzar olas y climas de todo tipo, tripulado por personas de probablemente variadas experiencias y nacionalidades.
Una vez en el puerto de Montevideo, fueron descargados adentro de un contenedor, alguien hizo el papeleo necesario en Aduanas para que saliera del puerto y fuera llevado a un depósito, desde donde otras personas lo distribuyeron a los minoristas de donde mi amiga Ivo los compró.
El líquido que tienen adentro es el producto de la infusión de hojas de té. Esas plantas fueron plantadas en la tierra de Ceylán, recibieron el agua necesaria y el sol suficiente como para crecer. Fueron cortadas por seres humanos (o máquinas manejadas por seres humanos), transportadas a algún depósito, donde fueron envasadas con un cartelito y viajaron en un barco similar al anterior por 45 días hasta llegar a esta ciudad del Océano Atlántico.
Y yo… en un día de muchísimo trabajo conté con el tiempo y la claridad suficientes para no mirarlo ni beberlo rápido, entre otras cosas influida por:
El libro “Peace is Every Step” que me regaló mi prima Jordan cuando supo que yo estaba pasando por un momento bravo, hace ya un buen tiempo.
El libro “El camino del Zen” que me regaló mi ex jefe cuando se mudó y no quiso mudar todos sus libros.
Y las divinas practicantes de meditación que hoy, a las 8:15 am, me siguieron la cabeza con soltar la búsqueda y encontrar por fin ese diamante que todos somos y que lo único que requiere es que paremos, nos abramos, lo aceptemos y lo reconozcamos.
Siento agradecimiento por vivir en un mundo de interconexión, y por darme cuenta de ello.
Cada amanecer puede tomarse como un renacer.
De alguna manera morimos cada noche y nacemos cada mañana.
Y en cada renacer elegimos
qué vida,
de qué manera,
con qué valores,
ofreciendo qué,
siendo quién,
con cuánto amor,
alegría,
confianza,
compasión
y sabiduría.
Aquí y ahora
elijo seguir esclavizándome
al pasado, que ya no existe,
o me doy el permiso
de elegir
vivir el presente
como lo que es:
esta permanente oportunidad
de disfrutar y ser libre.
Hoy es siempre un buen día.
El único día.
Abrazos,
Patricia