
Vemos a otros morir pero, por alguna razón, nos sentimos con derecho a una excepción.
La meditación sobre la propia muerte es imprescindible para valorar la vida. Si no integramos que nos vamos a morir (y que no sabemos cuándo ni cómo), perdemos el tiempo persiguiendo asuntos que no importan.
Si integramos que quienes nos rodean pueden morir en cualquier momento, nos volvemos más compasivos y amorosos.
Para ordenar nuestras prioridades, nada mejor que contemplar la impermanencia de todo y, en especial, la propia muerte.
Abrazo,
Patricia