
Según mi experiencia de 15 años enseñando a meditar, puedo afirmar que una de las razones más frecuentes por las que las personas comienzan a meditar es porque se sienten ansiosas y tienen dificultades para concentrarse o para dormir profundamente.
La meditación, incluso cuando recién empezamos a practicarla, nos muestra qué estamos necesitando. Es como un espejo que nos permite observarnos con claridad. Nos revela nuestros puntos fuertes, aquello que está bien encaminado en nuestra vida, y también nuestros puntos más débiles, donde es necesario ajustar nuestras decisiones, acciones o relaciones. Meditar nos ayuda a darnos cuenta si estamos necesitando acomodar prioridades, terminar una relación que no es sana, o soltar algún objetivo que nos está haciendo daño.
La semana pasada, una de las participantes del Taller de Introducción a la Meditación dijo en clase: «¡Qué importante es tener tiempo para uno!». Y es cierto. Sin dudas, si queremos conocernos mejor, tenemos que contar con la posibilidad de observarnos. Aunque esto puede hacerse rodeados de otras personas, es mucho más efectivo y transformador hacerlo en soledad.
Sin embargo, no alcanza con reservar ese rato para uno mismo a última hora de la noche, cuando ya no damos más, o intentar hacerlo entre tareas. Es esencial contar con momentos donde podamos relajarnos sin mirar el reloj, dándonos permiso para observar los asuntos desde distintas perspectivas. Inclusive, esos ratos de «no hacer nada» son fundamentales: el aburrimiento, cuando lo vivimos con intención, se transforma en una puerta de entrada a estar presentes en nuestra propia vida.
La meditación nos ofrece algo único: un espacio seguro donde podemos observar nuestras emociones, pensamientos y patrones sin juicio. Es como si estuviéramos limpiando un espejo empañado para vernos con claridad. Este proceso no solo nos muestra lo que está presente en nuestra vida, sino también aquello que evitamos enfrentar.
Además, la práctica constante de la meditación calma la mente y afina nuestra intuición. A menudo, ya sabemos lo que es mejor para nosotros, pero el barullo mental y nuestras preocupaciones nos impide escucharlo. La meditación actúa como un afinador, ayudándonos a conectar con esa voz interna y a tomar decisiones más alineadas con nuestros valores.
Estar presentes no significa simplemente «estar sin hacer nada», sino involucrarnos realmente con lo que ocurre en nuestro interior y en el momento actual. Por ejemplo, incluso una emoción incómoda, como la tristeza o la frustración, se convierte en una oportunidad para comprendernos mejor. En lugar de huir de esas emociones, la meditación nos enseña a escucharlas y a descubrir qué nos están tratando de enseñar.
El silencio, en este sentido, es transformador. No se trata de la ausencia de sonido, sino de un espacio lleno de posibilidades. Cuando dedicamos tiempo al silencio y la introspección, abrimos la puerta al autodescubrimiento. Es en esos momentos donde a menudo encontramos respuestas a preguntas que ni siquiera sabíamos que teníamos.
Finalmente, meditar es practicar con intención. Cuando nos sentamos con el propósito de conocernos mejor, estamos estableciendo un compromiso con nosotros mismos. Ese compromiso es el primer paso hacia una transformación significativa.
Con amor,
Patricia Schiavone
Hoy es 17 de noviembre de 2024